lunes, 11 de enero de 2010

Manual para saber con que pie levantarse de la cama.


Los celos, el escepticismo y el mirar hacia mil lados en un segundo antes de recoger dinero de la calle son claros ejemplos de una verdad absoluta en el ser humano: No confiamos en la suerte.

Y me atrevo a escribir sobre absolutos porque apuesto mi larga, abundante y hermosa cabellera a que todo ser humano al menos por un instante de su existencia dudó ante la mano extendida de la suerte.

La Suerte (con mayúscula por que merece un nombre propio, entendido como un ser caprichoso, juguetón y quizá manipulador) no es algo que se merezca, no puede ganarse o perderse, no puede buscarse por que nadie sabe cómo es hasta que se la topa (y no es fácil de distinguir) y nadie puede retenerla porque no es algo asible. Se extraña cuando se sospecha que ha pasado por nosotros y al ser un beso de aire fresco en nuestro interior su única estela, es válido dudar de ella.

Es trágico, como contraparte, la facilidad con la que aceptamos una mala racha, es una barra de mantequilla café que nos hace caer fuerte o/y repetidamente, y al tocar el suelo como su cara metafórica, buscamos en nuestro pasado la razón por la que merecemos el lodo en nuestras rodillas y encontramos tantas posibilidades que nos enloquece seguir viviendo sin saber cuál fue el error que desembocó en ese mal karma.

Mejor tomar las cosas como vengan. Tal vez las buenas acciones traen buena suerte. O quizá no se trate de merecer. Procuro pensar que no somos mas que una bola de musgo superdesarrollado contoneandose en una pestaña de la eternidad. Las cosas chuscas serán un guiño y los instantes de felicidad.... también.



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